Desde que somos pequeños sufrimos por las crueldades de una vida que no elegimos tener, pero que nos toco vivir. Desde pequeños creamos señales de prohibido en nuestro cerebro, barreras de recuerdos que residen en nuestros corazones de viejas heridas de las que bruta sangre una vez mas.
Nadie puede ayudarte si tu no dejas que lo hagan, aunque en cierto modo quieres que lo hagan, pues tu solo no puedes solucionar aquello que ni si quiera alcanzas a comprender.
En ocasiones crees que no ha pasado, no lo recuerdas, tampoco piensas en ello, pero sabes que sucedió, dentro de ti tienes esa certeza, aunque te aterre responder a esa pregunta de la que conoces muy bien su respuesta, pues forma parte de ti mismo.
Aunque le des la espalda y continúes caminando eso no lo solucionara, ni significara que lo hayas superado, tampoco logra que sufras menos mas bien produzca el efecto contrario, alagar la agonía de aquello que debimos dejar marchar, de lo que ya quedo atrás.
Todos tenemos pequeñas espinas punzantes clavadas en nuestra alma por experiencias del pasado.
Recuerdos que son mas que eso, reminiscencias que te enfurecen, te hacen sentir culpable e impotente ante la actual realidad mientras ves inmutable como la fachada que has creado ya no sirve, las señales de prohibido se abren, las barreras pierden su utilidad ante el chorro de sentimientos que de un modo inesperado ha comenzado a recorrer tu cuerpo siendo imposible controlar las emociones y por un instante eres vulnerable de nuevo, una vez mas, una lagrima recorre tu mejilla.