Una vez conocí a un chico algo rebelde, el típico chico que siempre tiene la última palabra para todo y si no la dice no se queda a gusto. Un chico autodestructivo que según algunos todo lo que hacía en su vida era en su propio perjuicio.
Determinados días cabizbajo, otros en los que el mismo cielo se quedaba pequeño ante sus admirados ojos que lo contemplaban buscando una nueva meta, pero siempre inseguro, inseguro de si mismo, con miedos, aunque no los demostrara nunca, siempre tenía que ser el más valiente y por dentro el miedo casi lo paralizaba por completo.

Nunca se conoció a si mismo, tal vez demasiados cambios en una vida tan corta es lo que producen, que ya ni uno mismo sabe quien era en realidad. Pero con una constante en su vida. Una búsqueda a la cual no encuentra un fin, un camino que posiblemente no le lleve a ningún lugar. Un deseo sin el cual no podrá completar un círculo que lleva ya demasiado tiempo abierto.

Nunca tuvo aquello que tanto busca, jamás pudo verlo claro, ni tocarlo, pero sabe que existe, pues es como el viento que aunque no lo veamos podemos sentirlo.

Un día alguien a quien él considera muy importante le dijo que cuando estas extraviado debes perderte si de verdad quieres encontrarte a ti mismo de nuevo. Quizá tenga que deshacer el camino que en un momento de su vida comenzó hacia ninguna parte.